“Todo empezó con un limonero”…
¿Cómo surgió su proyecto y en qué consiste?
Hace años compramos una casa en el pueblo de Torrent, con un limonero en la finca, y ese limonero cambió mi vida. Empecé a hacer cremas y dulces y todo lo que se me ocurría con esos limones, hasta que una amiga inglesa me sugirió que hiciera mermelada. Me dio una receta y entonces se me abrió todo un mundo. Acabé montando una pequeña empresa, monté un taller aquí en casa, y empecé a vender confituras a tiendas de gastronomía.
Esto duró muchos años. Durante un viaje, pasamos por Biarritz y descubrimos un pequeño Museo del Chocolate, y se me ocurrió montar un Museo de la Confitura. Los primeros años ha costado un poco más y ahora llegamos a cubrir gastos, que es lo importante. El dinero es necesario pero la satisfacción que te da tu proyecto no se puede contabilizar.
El otro día vino una familia de Teruel, que su regalo de Reyes había sido el venir a ver el Museo de la Confitura, y estas son satisfacciones que no te da ningún porcentaje monetario.
¿Cómo reaccionó su entorno cuando decidió montar el Museo?
Mis amigos estaban un poco sorprendidos, y mi marido totalmente asombrado, preguntándose por qué me complicaba la vida ahora que podía descansar y estar tranquila. Y eso era precisamente lo que yo no quería, porque a mí no me gusta. Mi marido está jubilado y está encantado de la vida pero yo no puedo estar quieta porque los llevaría a todos por el camino de la amargura…
¡Sólo recuerdo mi edad cuanto tengo que rellenar un formulario!
¿Cómo ve el futuro del proyecto?
Desde el pasado 1 de enero he montado una sociedad limitada para gestionar el Museo, en la que están incluidos mis nietos, mi hija y Teresa, ya que me han ayudado mucho todo este tiempo. Ahora sí que tengo la sensación de que esto está encaminado y continuaré todo lo que pueda.
¿Dónde compráis la fruta para hacer vuestros productos?
Lo importante es que la materia prima sea buena. Intentamos proteger mucho a los pequeños agricultores locales, que cuidan la fruta y las cosas bien hechas, que si no, nos quedamos sin campesinos… Y es de sentido común también, comprar fruta que se produce localmente. Primero porque está más buena y segundo porque hay que colaborar a que esto no se pierda.
Ud. ha escrito un libro llamado “70 confituras”…
Lo escribí cuando cumplí los 70 años y lo envié de regalo a todos mis amigos para celebrarlo. Ya vamos por la cuarta edición. El primero lo hice a mi manera, lo edité y me lo pagué yo. Ahora vamos por la cuarta edición, que ya la paga el Museo. Creo que la edición ha quedado muy bonita porque lo ha diseñado un amigo mío, y he mantenido el mismo diseño en todas las ediciones. Lo vendemos en la tienda y en aquellas librerías que nos lo pidan.
Autora de diversos libros de cocina, Georgina Regàs es un ejemplo de espíritu emprendedor, sin importar los años y lo que piensen los demás. Y es que Regàs ha dedicado buena parte de su jubilación a crear el Museo de la Confitura, un original museo ubicado en el pueblo de Torrent (L´Emporda- Girona).
¿La jubilación puede ser el momento ideal para poner en práctica un proyecto? ¿Qué consejo les daría a otras personas de su edad que tengan un sueño?
Que no se dejen influenciar por la edad. Yo sólo la recuerdo cuando tengo que rellenar un formulario. Yo lo que quería era hacer algo que me hacía ilusión y cuando tienes una edad, creo que puedes hacer lo que quieras y decir lo que quieras. Lo único que debemos hacer es cuidar nuestra salud y nuestro bienestar, y no dejarnos ir. No se les debe dar demasiada importancia a los “achaques” de la edad. A esta edad, si tienes una idea que no has podido hacer antes por cualquier motivo, hay que hacerla, y hay que obsesionarse con cualquier cosa que te guste, sea lo que sea: leer, pasear, trabajar… pero que se mantengan las neuronas funcionando y que no se atrofien.
Entrevista publicada en dDermis Magazine