Artículo de Miguel Lorente Acosta, Doctor en medicina y cirugía y médico forense desde 1988. Fue delegado del Gobierno para la violencia de género desde 2008, adscrito al Ministerio de Igualdad. Profesor titular habilitado de medicina legal de la Universidad de Granada, es especialista en medicina legal y forense.
Anónima es la sociedad que calla ante la desigualdad que favorece a una parte de ella, que mira hacia otro lado para no verse reflejada en el espejo de cada día, que camina a tientas entre los obstáculos que alguien sitúa para que sólo avancen quienes disponen de la linterna que les da su condición de “serenos” de la normalidad, o de la luz del re-conocimiento negado a otras personas.
La realidad es objetiva, aunque se niegue: las mujeres sufren discriminación en cualquier ámbito de la vida, padecen una mayor tasa de analfabetismo, la pobreza les impacta con más intensidad, el paro alcanza cotas más altas en el hemisferio femenino de la vida, y por si todo ello fuera poco, la violencia de género aparece como una forma exclusiva de agredirlas al amparo de una cultura construida a imagen y semejanza de los hombres…
Pero a pesar de esta objetividad real y manifiesta, la sociedad sigue sin reaccionar frente la injusticia que supone, y sin acercarse lo suficiente a las causas que la originan, lo cual más que un sinsentido demuestra el sentido y el significado de toda esta construcción basada en la desigualdad; construcción que en las aulas y centros de análisis se ha denominado patriarcado, androcentrismo, desigualdad de género… y que en la calle se conoce como “machismo”.
Esa es una de las claves para entender por qué si la violencia contra las mujeres y la discriminación que la precede han estado presentes a lo largo de la historia, no ha habido una reacción que acabara con esa injusticia que representa y, al contrario, se ha integrado como parte de la normalidad al justificarla dentro de determinadas circunstancias, criticando sólo los resultados que superaban el umbral de lo aceptado en cada momento histórico. Es lo que de manera muy gráfica me decían muchas mujeres víctimas de violencia al inicio de mi trabajo como Médico Forense, a finales de los 80; “mi marido me pega lo normal… pero hoy se ha pasado”, referían. Entendían que había una “normalidad” en la violencia que sufrían por parte de sus parejas porque la cultura les había dicho que la relación de pareja podía conllevar esa violencia, y sólo la cuestionaban cuando entendían que el marido “se había pasado”.
Las palabras de las propias mujeres que viven la violencia (y el silencio de muchos hombres que no han reaccionando contra aquellos hombres violentos que utilizan el argumento de la hombría para ejercerla), reflejan cómo es la normalidad de la desigualdad quien actúa como guardián del orden, y cómo el control social es el instrumento más eficaz para conseguir perpetuarlo. Es lo que otra mujer me dijo al finalizar una conferencia. Se trataba de una mujer mayor que después de saludarme y agradecerme la charla, me comentó un poco inquieta: “no piense usted que he venido a escucharlo porque mi marido me maltrata, a mí mi marido nunca me ha puesto la mano encima”… y continuó segundos después, “claro que yo tampoco le ha dado motivos para hacerlo”.
Esa es la clave de la desigualdad: hombres y mujeres desarrollando funciones diferentes en tiempos y espacios distintos, y con la posición de los hombres como referencia para darle más valor y trascendencia a lo que ellos hacen, y para otorgarse la potestad de controlar a las mujeres y de corregir lo que para ellos esté mal. Desde esta organización de las relaciones, si las mujeres “hacen lo que tienen que hacer como mujeres”, no habrá violencia contra ellas, idea que refuerza el mensaje de que las mujeres maltratadas han hecho algo mal que “ha obligado al hombre” a utilizar la violencia para restaurar el orden alterado.
Los datos sobre violencia de género resumen muy bien esta realidad. En España, según la Macroencuesta de 2011, cada año 600.000 mujeres sufren la violencia de género, de todos esos casos sólo se denuncia un 22%, y entre 60-70 mujeres de media son asesinadas por sus parejas o exparejas. A pesar de la gravedad que revelan los datos, escasamente un 1% de la población considera que se trata de un problema grave (Barómetros del CIS), y sólo un 1’5% de los familiares y entornos de las víctimas denuncian la violencia que sufren sus hijas, hermanas, madres, amigas, compañeras… (Informe CGPJ, 2013). Y si nos vamos a la actitud de la sociedad ante la violencia, el Eurobarómetro de 2010 recoge que un 2% de la Unión Europea y de España considera que la violencia de género está justificada en algunas ocasiones, y un 1% que es aceptable en cualquier circunstancia.
La cultura se presenta como una Sociedad Anónima en la que nadie en apariencia es responsable de la realidad, y en la que la violencia de género actúa como una especie de Departamento de Recursos Humanos para decidir los criterios sobre los que reconocer a hombres y mujeres, y decidir quienes han de ser recompensados o castigadas según se ajusten a los criterios y objetivos definidos. No hay casualidad en la realidad, ésta siempre es el resultado de lo que se haga o deje de hacer en un sentido u otro. La realidad no es un accidente, y cuando sucede la violencia de género, la discriminación de las mujeres, el acoso, la brecha salarial, la precariedad laboral, la pobreza, el paro… con mayor incidencia en las mujeres, y ocurre año tras año, no es el azar ni la mano inocente de nadie, sino la voluntad y las acciones de una mano invisible, pero culpable.
La empresa y las mujeres empresarias y trabajadoras no son ajenas a esta realidad porque forman parte de ella, y desde la discriminación que supone que prácticamente el 90% de los consejos y la alta dirección de las empresas cotizadas sean ocupados por hombres, hasta el acoso que sufren antes de llegar a los puestos directivos, un acoso en la UE que el informe sobre violencia de género realizado por la Agencia de Derechos Fundamentales (FRA) cuantificó en el 70%, reflejan la violencia que implica enfrentarse al orden y romper las referencias que limitan los tiempos, espacios y funciones de las mujeres al hogar y al rol de “esposa, madre y ama de casa”.
Por eso la desigualdad interesa a quien se beneficia de ella, y por ello se defiende incluso con violencia. El Barómetro del CIS de marzo de 2014 puso de manifiesto que las mujeres prácticamente dedican el mismo tiempo que los hombres al trabajo fuera de casa (un 6´5% más los hombres), pero dentro del hogar las mujeres dedican un 97’3% más de tiempo a las tareas domésticas y un 25’8% más al cuidado de hijos e hijas; a cambio los hombres disponen un 34’4% más de tiempo de ocio. Y todo ello ocurre cada día.
El éxito del sistema no está en su rigidez y su imposición, sino en su aparente flexibilidad. De este modo no se obliga a ninguna mujer a quedarse en casa, pero las trampas y el reconocimiento harán que su camino hasta las posiciones y espacios tradicionalmente ocupados por los hombres transcurra por senderos completamente diferentes, en los que no faltarán las emboscadas en forma de violencia, dentro y fuera de casa, que harán difícil o imposible alcanzar las metas y lograr cumplir sus sueños y deseos.
Mientras la realidad se vea como un accidente y no como la construcción interesada de quien se beneficia de ella, será muy difícil erradicar una violencia que nace de la propia estructura que nos hemos dado para convivir, y que cuenta con la normalidad como cómplice. Conseguir erradicar la violencia de género debe ser nuestra empresa, una “sociedad ilimitada” en Paz e Igualdad.
Miguel Lorente Acosta (Biografía)
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